Seguidores

martes, 14 de mayo de 2013

El gen intelectual

   


   Podría haber sido la persona más divertida del mundo, pero no ¡me tocó ser inteligente! y eso en idioma mediocre es condenarse al aburrimiento eterno. Uno no puede ni siquiera tener identidad que ya lo están encasillando. Hasta llega el punto en el que ni siquiera intenta divertirse por miedo a que crean que a uno lo secuestraron un grupo de alienígenas y le removieron los órganos. 
   Aunque piensen que es fácil sentarse a leer nietszche en vez de cambiar el mundo, la vida del intelectual está conformada por estructuras rígidas y por leyes objetivas que no le dan mucho margen de maniobra. Para empezar, este sujeto debe estar lo más alejado posible del mundo "popular"; desde ya no mira televisión y escucha radio nacional sólo los domingos por la tarde. Usa anteojos porque le parece 'cool' y palabras difíciles al hablar, como si fuera por la vida con un diccionario de bolsillo.
   El problema está cuando uno se ve condenado a sostener esa imagen. Intenté ir al gimnasio seis veces por semana, y gatear con cuanto chongo se cruzara en mi camino, pero no estuve cómodo en ese rol de psicópata sexual. Intenté salir de joda los viernes y sábados por la noche, pero terminaba en un rincón, con un martini esperando a que prendieran la luz y nos fuéramos a casa. Intenté hacerme amigo de cuanta persona apareciera y organizar fiestas copadas, llenas de droga y desenfreno, pero me volví loco a la media hora y ni siquiera pude ponerme en pedo. El diagnóstico final es que soy un tipo aburrido. No hay lucha que alcance para cambiar la esencia de una persona, creo que estoy preso del puto gen intelectualoide, y por más que me haga el pendejo fachero nadie se la va a creer. 
   Así aprendí que el tipo serio no debe hablar en las reuniones sociales, ni dibujar paredes con graffiti, ni mucho menos hacer chistes fuera de lugar para romper con el ambiente,  debe dedicar su tiempo a pronunciar discursos que nadie escuchará, tomando café en algún barsucho abandonado de esos que sirven medialunas de hace una semana. Emparchan sus sacos (siempre marrones) justo en el codo y no se adaptan a la tecnología por más que la necesiten. Las estructuras nos encierran en los prejuicios que nosotros mismos creamos, sin darnos la libertad de salir de la rutina y de hacer cosas nuevas. 
   Es, como siempre, una cuestión de orgullo.